Este mes de Octubre hace 30 años que nos dejó uno de los
maestros de la Historia del Cine que más ha influido en directores posteriores
o contemporáneos, al que recurren
muchos directores que buscan historias con un tono parecido al que él les daba
a las suyas, o al que admiran cineastas con un estilo radicalmente distinto.
Es el francés François Truffaut, que junto con Jean
Renoir, se le puede considerar el gran maestro del cine de su país. Un cáncer cerebral se lo llevó a los 52 años, edad
demasiado temprana para morir, pero su obra tiene la suficiente fuerza e
interés para que veamos sus películas e incluso leamos sus artículos sobre cine
en los que tenía un punto de vista muy personal, polémico casi siempre, en la
revista cinematográfica “Cahiers du Cinéma”.
Sus películas eran un canto a la vida, al amor, a la
Literatura, a lo cotidiano, y en la mayoría de las ocasiones sin esos
prejuicios morales que lastran el cine de Hollywood.
Quizá los
espectadores sólo les suene su nombre por que salió como actor en “Encuentros
en la tercera fase” de Steven Spielberg, como aquel francés extraño que hablaba
muy mal el inglés, tenía que hablar en francés a través de un intérprete y que se
llamaba Lacombe, con una actitud que mosqueaba mucho al protagonista (Richard
Dreyfuss). O por su única película en inglés, “Fahrenheit 451”, con aquellos
peculiares bomberos del futuro vestidos de negro con aire siniestro que en vez
de apagar fuegos quemaban libros (una película, por cierto, que cuando la vi en
televisión teniendo sólo ocho años, vi la cara de la maldad humana por primera
vez de frente).
Pero Truffaut fue
mucho más que eso. En su medio siglo de
vida no perdió el tiempo, nos legó 21 películas como director, algunas de ellas
obras maestras, su vida personal también fue fascinante e incluso le inspiró
para los argumentos de algunas de ellas, como su serie de cinco películas con
Antoine Doinel, su alter ego encarnado por Jean-Pierre Léaud desde los 14 hasta
los 35 años de edad. Fue el líder de aquel Movimiento cinematográfico llamado
Nouvelle Vague (Nueva Ola), capaz de revolucionar el cine de arriba abajo como
hizo Orson Welles con “Ciudadano Kane” dos décadas antes.
Todas las facetas y
matices de su obra cinematográfica no se pueden resumir en un artículo como
éste, hay que acudir a sus películas y a libros que recopilan sus artículos o
cuentan su vida. La Cinémathéque
Française de Paris, que Truffaut visitó muchísimas veces y llegó a defender
políticamente a alguno de sus directores que no gustaba a los altos políticos
de la Nación, le homenajea estos días con un completo ciclo de sus películas y
una gran exposición referente a Truffaut, fotos, carteles, etc. Un justísimo
homenaje.
Muchos momentos
inolvidables encontraremos en sus películas: el aire desolado de Antoine Doinel
corriendo por la playa en “Los 400
golpes” (película que significó la ruptura del director con su madre, a la
que presentaba en el filme como un monstruo); la camaradería del triángulo
amoroso más civilizado del cine entre el austríaco Jules, el francés Jim y la
también francesa Catherine en “Jules y
Jim”; los libros ardiendo uno tras otro con música de Bernard Herrman de
fondo en “Fahrenheit 451”; el amor
fatalista y romántico del profesor francés con las dos chicas inglesas, una de
ellas reprimida y la otra lo contrario, en “Las
dos inglesas y el amor”; su recreación del cine dentro del cine en “La noche americana” (su único Óscar),
con él mismo encarnando a un director de cine; el irresistible seductor de
mujeres en “L’homme qui aimait les
femmes” o su despedida del cine (aunque él no creía que fuera así) con
aquel excelente ejercicio a lo Hitchcock de suspense en blanco y negro que fue “Vivamente el Domingo”.
Igual que yo tengo
como mi cineasta favorito a Woody Allen, Truffaut tenía a Alfred Hitchcock, al
cual homenajeó no sólo en varias de sus películas sino también en sus últimos
años de vida, incluyendo un libro imprescindible, “El cine según Hitchcock”, donde dos maestros del cine mostraban
como nadie su idea del Séptimo Arte, aunque Truffaut, sabiamente, dejaba que
fuera Hitch quien llevara la iniciativa. Hitchcock incluso agradeció que
Truffaut le ayudara a reivindicarse como un cineasta con estilo propio, un “autor”,
como defendía la Nouvelle Vague, y no como ese director comercial que llenaba
los cines como quería Hollywood y al que nunca dieron un Óscar.
Truffaut tenía tanto
carisma que consiguió que un colega con un estilo tan diferente, desde lo
estético a lo moral, como Steven Spielberg, le venerara cada vez que pisa
Francia, y no sólo por haberle tenido como actor en un filme suyo.
Truffaut también fue un seductor, se cuentan por muchas
las actrices que se enamoraron de él durante varios de sus rodajes y después,
algunas de ellas grandes actrices francesas (Jeanne Moreau, Françoise Dorléac,
Catherine Deneuve, Leslie Caron, Fanny Ardant…). Por ello se ganó una fama que no gustaba mucho a los
conservadores, ya que en sus películas veía el adulterio o la prostitución de
manera positiva (parece ser que él acudía mucho al oficio más viejo del mundo
cuando era adolescente), y a él mismo le podemos encontrar debajo del personaje
del seductor compulsivo de “L’homme qui aimait les femmes”, que empezó a rodar
justo después del rodaje de “Encuentros en la tercera fase”, sin olvidar a su
Antoine Doinel, donde más podemos descubrir estas peripecias personales difíciles
de confesar.
Otra de las pasiones de Truffaut llevadas a su cine era
la Literatura, y si Doinel se convertía en escritor con un libro semi
autobiográfico, o los cientos de libros de “Fahrenheit 451”, o la
correspondencia epistolar entre Jim y Catherine en “Jules y Jim”, no había
película suya en donde algún personaje leyera libros o recitara alguna frase de
ellos, no sólo para impresionar y ligarse a alguna chica, sino como muestra de
ser alguien culto.
Woody Allen sería el heredero del estilo Truffaut, aunque
películas independientes recientes, como la americana “Frances Ha” y la alemana
“Oh boy” le homenajean abiertamente, sobre todo la segunda, con un nuevo
Antoine Doinel en versión berlinesa peleado con el mundo.
Por último, si
Hitchcock tuvo a Bernard Herrmann, Fellini a Nino Rota o Spielberg a John
Williams, Truffaut tuvo a Georges
Delerue como compositor de las bandas sonoras de la mitad de sus películas.
Inolvidables fueron las de “Jules y Jim”, “La noche americana” o “El último
Metro”, poéticas, intensas y rompedoras incluso, en especial el tema central de
la segunda, con un estilo basado en las obras maestras musicales de Johann
Sebastian Bach.
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