Se escucha
continuamente a ciertos tertulianos y a gente de la calle de idees más bien
ultraconservadoras que cuando se quejan que si la inseguridad ciudadana, que si
la juventud de ahora esto y lo otro, que si lo mal que va el mundo… acaban la
mayoría de las veces invocando a una familia francesa como si fueran el Mesías
que va a salvar el mundo de la corrupción, de la indecencia, de los
delincuentes… Esto pasa desde hace casi tres décadas, cuando un personaje que
fundó hace cuatro décadas un partido de extrema derecha en su país ha ido poco
a poco captando simpatías, pese a sus xenófobas declaraciones y sus malos
modos. Hace pocos años, ese personaje, acosado por las querellas de gente
difamada y vilipendiada por él, y ante los sondeos de opinión cada vez más
bajos, decidió darle la Presidencia del partido a una de sus hijas, y ella, con
los mismos malos modos que el padre aunque con gestos más estudiados de cara a
los posibles votantes, que ella quiere captar de todos los estamentos de la
sociedad, ha ido subiendo en los sondeos hasta convertirse en las últimas
elecciones europeas, ante el espanto de toda Europa y del mundo civilizado, en
el partido más votado de Francia.
La familia de la
que hablo es la de los Le Pen, con Jean-Marie a la cabeza. Como he dicho, es
una familia a la que se ha puesto como el colmo de la decencia, vamos, que
parece tan decente y tan santa como los Ingalls de “La casa de la pradera”.
Pues aparte sus extremistas ideas que no tienen cabida en ninguna sociedad
civilizada, hay que decir que su pretendida moral intachable no es tal. Es
decir, que si los comparamos con el Frente Nacional español que el
recientemente fallecido Blas Piñar refundó de la desaparecida Fuerza Nueva como
un calco de su colega francés, los Le Pen acabarían siendo repudiados por el
clan Piñar, o que a estos nunca los imaginaríamos haciendo determinadas cosas
en su vida privada.
Para empezar,
Jean-Marie Le Pen se casó dos veces, y un día abandonó a la primera esposa para
irse con otra. Así, sin más, y sin el menor remordimiento. Ello no afectó a su
carrera política, es más, incluso parecía más interesante para sus votantes.
Curiosamente esa primera esposa, Pierrette Lalanne, poco después posó desnuda
para la revista “Playboy”. Y lo hizo como le dijo su ex marido con su grosería
habitual, “si quieres dinero, dedícate a fregar escaleras”, vestida de
“pornochacha”.
Eso para empezar.
Vamos a su famosa hija Marine, cuya sombra amenaza Europa, con sus ideas xenófobas
y que llega a calificar de terrorista a Nelson Mandela, cuando eso ya no lo
hace nadie. Está divorciada, y además dos veces. Después de esos fracasos, es
actualmente pareja de Louis Alliot, un peso pesado del Front National que éste
año estuvo a punto de ser elegido alcalde de Perpignan, siendo derrotado en la
segunda vuelta por el conservador moderado Jean-Marc Pujol. Jean-Marie Le Pen
se refiere a veces al amigo con derecho a roce de su hija (novio, para nada) como
“el concubino” sin citarle directamente, con toda la carga peyorativa que tiene
la palabra.
Y nos queda la
joven Marion Maréchal-Le Pen, nieta de Jean-Marie e hija de Yann, hermana de
Marine. En las elecciones legislativas de 2012 ganó un escaño para el Front
National. Como se imaginarán, ella fue presentada como un modelo para la
juventud francesa, es decir, de decencia y virtud. Pues nada más lejos de eso,
su biografía tiene detalles que parecen sacados de un culebrón. Primero, que el
que ella creía su padre, Samuel Maréchal, ya ex marido de su madre por que se
divorciaron, no es su padre biológico, sino otro hombre que dejó embarazada a
su madre cuando ésta apenas tenía 15 años. ¿Les suena de algún novelón? Pues
trasladado a la vida real. Para rematarlo, Marion está ahora embarazada de su primer
hijo. Todo eso parece normal, pero si seguimos esas “normas de decencia” que
gente de su ideología defiende, hay algo que la deja fatal: cuando se confirmó
su embarazo, Marion no estaba casada. A toda prisa, se casó con el padre de su
bebé, Matthieu Decosse, de lo cual no han pasado ni dos meses. Y por lo civil,
en el Ayuntamiento de Saint-Cloud (Francia). Aunque había rumores de que el
padre del niño era un periodista que es corresponsal de guerra… Es igual, el
ahora marido de Marion ha hecho el braguetazo de su vida, mejor que el
protagonista de “Match Point” de Woody Allen, y seguro que a él le daría igual
que ella se hubiera liado con el mismísimo ex Rey de España, Juan Carlos I.
Todo esto que he
explicado, que parece perfectamente normal en cualquier familia política
medianamente moderna, parecería inconcebible en la familia Piñar, que querían
ser los Le Pen españoles. Nadie se imaginaría a Blas Piñar, furibundo
antidivorcista, dejando a su mujer para irse con otra. Tampoco a su mujer
posando desnuda para una revista erótica española. Ni tampoco a una hija suya
que fuera divorciada, al menos más de una vez, y menos aun conviviendo con un
hombre sin estar casados. Sería “vivir en pecado”. Y lo de la nieta embarazada
sin estar casada antes… ¿Se acuerdan de los nietos de Blas Piñar que dieron una
paliza al dramaturgo Íñigo Ramírez De Haro, cuñado de Esperanza Aguirre, por
haber estrenado una obra teatral que según ellos era blasfema? Pues a saber qué
hubieran hecho al novio de la nieta, le hubieran obligado por la fuerza a
casarse con ella, o a la chica la hubieran desheredado, acusándola de mancillar
el nombre de la familia. Miles de chicas acababan así en la España franquista.
Por eso nunca me he
creído a cierta gente que habla de moral, de decencia, de virtud, cuando
algunos de ellos hacen privadamente cosas que dejan al mismísimo Rocco
Siffredi, el famoso actor porno italiano y uno de los mejores de la profesión,
como un campeón de la castidad. El peor ejemplo es Silvio Berlusconi, que
cuando quiere desacreditar a alguien que le critique, es capaz de hacer como
hizo con el director del diario católico italiano Avvenire, Dino Boffo, al que
acusó con pruebas de haber tenido relaciones homosexuales con un hombre casado
y de paso haber acosado a la mujer del anterior, por lo que fue denunciado a la
Justicia por la mujer. Aunque Boffo se declaraba inocente y acusaba al diario
Il Giornale, propiedad del magnate, de difamación, tuvo que dimitir de sus
cargos por estas revelaciones ante la Conferencia Episcopal italiana. Dino
Boffo tuvo que pagar así su osadía de criticar valientemente a Berlusconi, de
mostrar a los italianos su verdadera cara, nada que ver con la que les mostraba
en sus canales de televisión, pero olvidó que este personaje prefiere morir
matando. Alguien como Il Cavaliere, ahora fuera del poder por sus mezquindades,
manejaba el poder como cualquier capo de la Mafia, sólo que sin tener que
mandar matar a alguien, sólo difamarlo a través de sus periódicos. Menos mal
que gente como los Le Pen no tienen por ahora medios de comunicación
controlados por ellos, sería devastador.
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